Tirando ideas y conceptos notamos que había ciertas palabras
repetidas que nunca abandonaban nuestra mesa de trabajo. Percepción e
identidad. El lenguaje estaba implícito, entre ambos, ya que es nuestra forma
de codificar el mundo, la articulación de nuestro pensamiento.
Entonces nos planteamos si es el lenguaje lo que a nosotros
nos construye, lo que construye nuestra identidad.
La manera que nosotros conocemos al mundo, se condiciona por
nuestra experiencia personal e individual. Es un proceso que a uno lo lleva
asociar el lenguaje.
En este marco, si la construcción del lenguaje es vital para
la construcción de la identidad, nos preguntamos qué relación tiene con la
percepción, con lo percibido que recibimos de nuestro entorno. Nuestros modos
de ver, nuestros modos de escuchar, nuestros modos de sentir el tacto.
Si ya cuando nacemos, se nos enseña estos “modos de…”, se nos
educa de determinada manera a cómo uno tiene que reaccionar ante ciertos
estímulos. Entonces qué sucede cuando se produce una ruptura en la percepción
estructurada (fundamentada en la comodidad, en lo conocido, donde uno interpreta
conectando con lo que uno conoce y atando cabos para que nada pueda escaparse
de ese lugar común; ya que la percepción está codificada por el lenguaje).
¿Qué sucede cuándo el espectador debe completar la falta?,
esa porción de sentido que da unidad e integridad a aquello que uno observa,
ante la inestabilidad aparente.
Debido a todo esto anterior, llegamos a la conclusión de un
nuevo tema y una nueva hipótesis:
Tema: La percepción de estímulos sensoriales de manera no
preconcebida.
Hipótesis: La modificación de los estímulos sensoriales
preconcebidos genera una nueva asociación lingüística propia del individuo pero
a la vez inestable.